Como bien sabemos, la lengua materna es aquella en la que los padres hablan al niño, con la que, en definitiva, el niño crece y en la que se desenvolverá en cualquier entorno, aquella que aprende de forma innata . La segunda lengua, es la que queremos enseñar, la que aprende.
Conviene definir bien los términos antes de ahondar en materia.
Y es que, aunque creemos un sistema bilingüe dentro del aula, en el que la segunda lengua tenga una gran importancia, no vamos a conseguir que los niños sean bilingües si en sus casas, en su entorno, en su vida fuera del aula, reciben información casi exclusivamente en su lengua materna.
¿A dónde queremos llegar con ésto?
A un punto de encuentro entre ambas lenguas.
Dentro del aula, pretendemos que los niños se sientan seguros, confiados, aprendan en un ambiente lúdico, creativo y afectivo, cuidando su autoestima y ayudando en la construcción de un autoconcepto positivo. Y claro que se puede conseguir crear ese ambiente en una segunda lengua, el inglés en este caso.
Pero no es necesario, ni productivo, me atrevería a decir, crear una especie de norma en la que excluyamos la lengua materna de las aulas en su totalidad.
No debemos caer en el error de los extremos ni de los excesos. Enseñar una segunda lengua conlleva una gran responsabilidad. De nosotros depende que esos pequeños alumnos acepten el inglés como un juego, algo divertido y que siempre se queden con ganas de más, o de que lo tomen como una imposición, una presión y una especie de castigo.
Hay casos y casos, y para eso tenemos que usar el sentido común.
Las rutinas son una gran momento para introducir vocabulario, lo hacemos cada día, iremos construyendo en el vocabulario del niño o la niña palabras que irán recordando cada día y que en poco tiempo,repetirán. Pero debemos saber cuándo parar, cuándo hablar en su lengua materna para quitar presión.
Me viene a la cabeza el caso de un alumno que tuve hace algunos años, cuya lengua materna era el chino, su segunda lengua era el español y la escuela tenía la «norma» de hablar sólo en inglés. Dirección nos «obligaba» a hablar en inglés.
El niño, que por aquel entonces tenía 3-4 años, se hacía pis casi todos los días porque no nos entendíamos. Había una brecha abismal en la comuncación.
Hasta que pasados tres o cuatro meses un día, decidí saltarme las reglas: Hablé con él en español y por fin, pudimos entendernos.
Todavía hoy me pregunto el nivel de angustia al que pudo llegar aquel pequeño por una norma no del todo bien fundamentada.
Nuestra principal labor como educadores y educadoras es atender las necesidades de los alumnos y alumnas, y esas necesidades van desde las asistenciales hasta las educativas, y sin embargo, todas ellas tienen en común la comunicación y el afecto.
Y somos nostras dentro del aula quienes vamos a saber cómo hablar con ellos/as, estableciendo que, aunque la mayor parte del trabajo dentro de aula se realice en la segunda lengua, la lengua materna va a ser siempre bien recibida dentro del aula, ya que la comunicación entre todos es hermosa, da igual la lengua que sea.
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